NUEVA PROPUESTA:


POEMAS FELICES

martes, 22 de septiembre de 2009

PLAGIO "Continuidad de los parques", de Julio Cortázar.

Por Rossana

Podría llamarse: "La línea roja" o algo así...

Había empezado a estudiar las posibilidades de su computadora con detenimiento. La había comprado unos días antes y tenía que admitir que estaba bajo el hechizo de sus herramientas. Sobre todo, eso de navegar por Internet, lo tenía cautivo. Esa tarde, después de terminar de colocar una cortina verde en la ventana de la cocina, por fin pudo poner a prueba sus habilidades con Google y Youtube, sentado frente a la ventana del estar, que daba al pozo de su edificio. En la pantalla del monitor vio que las encuestas auguraban la derogación de la ley de impunidad. Era una amarga victoria. Por más derogación que hubiera, él igual no iba a recuperar a su hija. Desde su ventana hubiera podido verla preparando la comida. Pero la ventana que se abría frente a la suya, separada y unida por el pozo de aire, estaba vacía, enmarcada en el recién estrenado verde de la cortina. Ya no podría verla peinarse con una mano, mientras hervía la leche y se hacía una vianda para irse corriendo a la facultad. Ese era, pues, el mejor momento de meterse en otro mundo. Arrellanado en su nueva silla giratoria, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el mouse, encantado como un niño con su lucecita roja. Parecía que sus sentidos se sometían gustosos a esta nueva búsqueda. Su memoria retenía sin esfuerzo los pasos que tenía que dar para llegar a concretar la descarga de un video. Hacía tiempo que quería verlo y había llegado por fin el momento. La línea roja empezaba a cargarse. La ilusión de esta visión lo sedujo enseguida. Las expresivas caras empezaron a aparecer ante sus ojos. Sus voces aún no se oían. Gozaba del placer de irse desgajando cuadro a cuadro de lo que lo rodeaba, y de sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el respaldo de la silla giratoria, que los cigarrillos estaban al alcance de la mano, que más allá de la ventana, el aire denso del pozo apenas podía mover las cortinas verdes. Por fin, la descarga finalizó y entonces, hasta el aire del pozo quedó detenido. Se dejó ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían sonido, color y movimiento. Pudo ser testigo de la última batalla de la protagonista. Primero entraba ella, abatida, empujada desde afuera. Después llegaba un hombre, no se le veía la cara. La mirada de la joven mujer se crispaba en su presencia. No se sabía si era miedo o coraje, a tal punto las emociones extremas se parecen. Sus manos arrugaban y desarrugaban su vestido blanco y rosa. En la mano del hombre había una tijera. Minuciosamente, cortaba el pelo de la mujer, sin preocuparse en absoluto por las simetrías, ni por los puntazos de la tijera sobre el cuello de la joven. El sonido chirriante y rítmico de la tijera era perfectamente audible. El torturador había venido a completar una ceremonia. Ella tenía en su piel los rastros de otra, pues la había sembrado de pequeñas fresas con la brasa de su cigarrillo. De pronto, la mirada del hombre pareció estar buscando otras sensaciones, otros rincones del cuerpo de la mujer. Sus palabras retumbaban en el cuarto vacío. Se vio que ella observaba el arma en la cintura de él. No traslucía sometimiento alguno. Y eso parecía excitar más al torturador. En primer plano, otra vez se veía el arma reglamentaria, brillante y negra y, al fondo, la cara de la joven y sus ojos dibujaban el deseo tomar el arma. Se escuchó un golpe en la puerta. El hombre se distrajo. Cuando quiso acordar, ella ya tenía el arma en las manos. La torre emitía una vibración lejana. La ventana del monitor titilaba. La línea roja marcaba el cincuenta por ciento de la descarga. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre.



Empezaba a anochecer. Sin mirar ya el cuerpo del hombre que yacía al fondo de la habitación, la jovencita se acercó a la puerta del cuarto, y asomó la cabeza. Debía seguir por la escalera que bajaba a su derecha. Desde el fondo de la habitación, él abrió la boca desgarrada por el balazo para gritar, pero ya no podía. Sus ojos casi muertos la vieron correr con el pelo suelto, hasta la escalera que la llevaría a la libertad. Ella bajó parapetándose en los descansos de la escalera. Salió a la vereda. Caminaba con pasos largos, gráciles, pero no corría. Su vestido de algodón blanco y rosa la hacía fácilmente divisable. De pronto, se detuvo. Subió los tres peldaños del hall de un edificio y entró. El portero no debía estar y no estaba. La puerta estaba abierta, tal como debía estar. Desde la sangre galopando en sus oídos la memoria enumeraba: primero venía una puerta descascarada, luego dos habitaciones. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta de la cocina. Una ventana. Un hombre sentado frente a un monitor. Los ojos de su hija, vestida de blanco y rosa, que lo miran a través del aire del pozo que ahora sí mueve como una bandera la cortina verde de la ventana de la cocina.



La línea roja llega a su fin.

5 comentarios:

andal13 dijo...

A la mierda.
Impresionante.

"Continuidad de los parques" es de los textos de Cortázar que más me gustan (bué, como si conociera taaaaaaaantos), pero esta versión me conmovió... tal vez por la cercanía cronológica y temática...

Demoraste, junagransiete, pero te descargaste con todo.
La espera ha terminado.
Valió la pena.

Marple dijo...

Bueníiiisimo, Ro, generalmente evito leer sobre este tema,pero lo has escrito maravillosamente bien porque está lleno de esperanzas.
Creo que Andrea inventó el título que le quedaría muy bien: La espera ha terminado. Apuesto que sí.

Santiago Vega dijo...

uh ta demas eta propuesta, haber si despues me pongo, bue, rossana, vos decis que es un plagio, pro, salvo algunas frases entrometidas, yo lo veo definidamente tuyo, no me puedo olvidar de arrellanado ni de desgajando, palabras tan excelentemente elegidas, que raro no pusiste nada sobre la sordida disyuntiva, besos

ro dijo...

Gracias, Miss, Andrea y Santiago. Abrazo a los tres

Anónimo dijo...

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

Leía "Continuidad de los parques".

No le había gustado esa primera oración. Y mucho menos la repentina intrusión. Ya era tarde para publicar algo así. Su crítica era la más estricta y ávida, era demandante intérprete. En contraposición, el otro era pésimo, mucho peor que mediocre. Era casi improbable que lo empezara a leer, sin embargo, y para sus propias sorpresas, la lectura continuaba esa relación fantástica hasta cierto punto (que pronto se revelaría).

Suficiente. No se dejaría atrapar sólo porque fuera algo desconocido... o... tal vez... Al charlatán se le había ocurrido la original idea de plagiar la idea de plagiar, continuar un cuento que era esencialmente infinito. Seguro lo hizo por el sólo hecho de fastidiar, puesto que no sería bueno ni siquiera en eso que se había propuesto.

Luego de haber leído algo realmente bueno, y luego de la confesión del autor, quien leía seguía allí, nadie sabe por qué, con la mirada atenta y desconcertada.

Entendió de lo que se trataba y se burló y amenazó con romper esa conexión que era lo único que el otro con ansias buscaba. Entonces, lo dejó atraparse, no porque fuera acobardarse actuar diferente, sino porque era una simple tontería. Pudiera ser incluso, que el seguir ese juego estúpido era poco valiente. No. Sonrió. No tenía miedo, dijera lo que dijera.

Todos los asesinos son charlatanes. Esperan para clavar el puñal por la espalda, lo tienen todo minuciosamente planeado, y siempre, el azar le juega a su favor. Le deseaba lo peor. ¡Sólo él podía ser! Ya sabía quién era. No.. No puede ser. Ya era demasiado. ¡Esa! sería la mejor manera de matar. Jugar. Hacer que la presa se sienta perseguida. ¡Estaba loco!

El asesino miraba desde atrás. ¿Correría? ¿Atacaría? ¿Dejaría de leer? No. Moriría.

No le había gustado esa primera oración. Y mucho menos la repentina intrusión. Ya era tarde para publicar algo así. Su crítica era la más estricta y ávida, era demandante intérprete. En contraposición, el otro era pésimo, mucho peor que mediocre. Era casi improbable que lo empezara a leer, sin embargo, y para sus propias sorpresas, la lectura continuaba esa relación fantástica hasta cierto punto (que pronto se revelaría).

Suficiente.